En 1910, Adolf Loos dictó una conferencia en la Asociación Académica de Literatura y Música de Viena que luego se publicó y se convirtió en uno de los textos seminales del diseño moderno: Ornamento y delito.
Este texto, que es esencialmente una diatriba en contra del adorno, argumenta que la ornamentación en el diseño está impulsada por las modas de la época y que condena a los objetos a la inutilidad. Por lo tanto, el verdadero camino debía ser el diseño moderno, movimiento que estaba en construcción en el momento de este debate, al mismo tiempo que se oponía a uno de los estilos más ornamentales de la historia: el Art Nouveau.
Pero la posición de Loos no se basaba solo en una cuestión estilística, sino también en un tema moral. Para atacar lo decorativo, Loos toma como ejemplo a los pobladores de las islas de Papúa Nueva Guinea, quienes presentaban tatuajes tribales en el rostro y el cuerpo y que, según él, se oponían directamente al hombre moderno europeo. Este arquetipo, que luego sería el sujeto principal del diseño del siglo XX, estaba libre de adorno: en sus prendas, sus objetos y en su piel. En sus propias palabras: “La evolución cultural equivale a la eliminación del ornamento del objeto usual”.
Han pasado más de cien años desde este escrito, pero si uno recorre las redes sociales, especialmente TikTok y Twitter, es evidente que hay una mirada, por lo menos, crítica hacia los tatuajes. Mensajes y comentarios de personas tatuadas que se arrepienten de lo que tienen en la piel aparecen constantemente. Además, internet nos ha dado nuevos ideales femeninos para seguir, incluyendo a la infame clean girl. Seguro la vieron en algún video: tiene el pelo claro, recogido hacia atrás con ayuda de gel y un rodete, usa poca joyería, sus prendas son de colores claros y su casa es minimalista, toma matcha latte y va a pilates. Las reglas que nos llegan sobre esta mujer son claras: no debe tener tatuajes. O, si los tiene, deben ser pequeños, delicados, femeninos.
Es cierto también que las personas tatuadas, en general (hombres y mujeres), fueron consideradas en algún punto de la historia una rareza, a tal punto que participaban en shows de freaks y de circos. Para los hombres, esto estaba quizás más vinculado al mundo de los marineros y, por supuesto, del delito; pero aquellos que portaban tatuajes exagerados o faciales podían ser parte del elenco de espectáculos circenses. Allí, junto con otros marginados sociales (personas con discapacidad o con anomalías corporales), formaban parte de “lo otro”, digno de observar como espectáculo, con una fascinación casi mórbida.
En Inglaterra, un hombre que se destacó por ser el artífice de muchos de estos tatuados fue George Burchett. Gracias a sus viajes por todas partes del mundo, tenía influencias de diversos países que luego plasmaba en la piel de sus clientes. Estaba casado y, luego de mucho insistir, logró convencer a su esposa de que se dejara tatuar, quien luego se convirtió en “su mejor modelo”.
No hay duda de que los tatuajes son polisémicos y que su presencia en el mundo contemporáneo está lejos de desaparecer. Hay estilos que se ponen de moda y luego desaparecen, y otros que persisten desde hace más de cien años.
De todas formas, creo que vale la pena mirar con cuidado el discurso antitatuajes. Atrás deben quedar las ideas colonialistas de Loos, sin desprestigiar sus aportes e innovaciones al diseño moderno. Al fin y al cabo, este movimiento también engendró la Bauhaus, escuela cerrada por el nazismo por entrar dentro del “arte degenerado” y por sus ideas colectivistas y de izquierda.
Empecé esta historia pensando en las mujeres tatuadas y en las contorsiones que muchos parecen estar haciendo para no decir lo que piensan: que es “impuro” y “barbárico” que las mujeres estén tatuadas. Poco limpio. Pero poco después leí la noticia de un maquillador salvadoreño que fue deportado a una cárcel porque uno de sus tatuajes fue confundido con el de un grupo criminal. Volví entonces a Ornamento y delito, pensando en lo que Loos quiere decirnos con los ejemplos que elige: el tatuado es el peligroso, el criminal, el involucionado, el Otro.
Absolutamente. Lamentablemente está muy naturalizado comentar sobre los cuerpos de mujeres desconocidas (y más de las madres y sus elecciones)
Otro día una señora me paró en la calle para hablar con mi nena. Como no tiene las orejas perforadas (porque quiero que decida hacerlo si quiere), la mujer empezó a hablar de eso y después pasó al tema de los tatuajes. Dijo algo como “qué cosa espantosa, sólo la gente deshonesta se tatúa. Nunca dejaría que mi hija se haga uno, y si se aparece con uno, prefiero que ni se aparezca”.
Reí por dentro, porque la señora ni imaginaba que tengo buena parte del cuerpo tatuado. Y me fui pensando en cómo se juzga todo el tiempo el cuerpo de la mujer: qué está bien, qué está mal, qué se puede o no hacer. Nuestros cuerpos todavía aún no nos pertenecen del todo.